La mujer de mantilla

Publicado por Inmaculada Martes 9-9.2008

La Mujer de mantilla

La mantilla es una clásica prenda femenina que sirve para cubrir la cabeza y los hombros de las mujeres, cuando es de color negro simboliza respeto y luto; esta costumbre tiene sus antecedentes más remotos en la cultura íbera. En la España del siglo XVI comienza a popularizarse, y en el XVIII llega como símbolo de distinción a las clases más acomodadas. Para la solemnidad del Jueves Santo y la visita de los monumentos cobró especial importancia en los siglos XIX y XX; en nuestros días ha decaído este uso, aunque sí son cuantiosas las cofradías que incorporan a mujeres ataviadas de mantilla en sus cortejos.

 

  La mantilla es una prenda tradicional española, que tiene una especial raigambre en Andalucía. Es una variante del velo que desde antiguo usaban las mujeres para acudir a las celebraciones religiosas, pero su uso se ha ido extendiendo hasta convertirla en una prenda única que, a pesar del paso del tiempo y de las modas, sigue adornando a la mujer andaluza en las grandes ocasiones. La mantilla adquiere su mayor significado durante las fiestas de Semana Santa, siendo también una pieza imprescindible de las grandes tardes de toros.

Historia y usos de la mantilla
Los orígenes de la mantilla pueden remontarse a la cultura ibérica, en la que las mujeres usaban velos y mantos para cubrirse y adornarse la cabeza. Posteriormente, durante toda la Edad Media, la mujer siguió usando tocados muy variados, algunos de ellos con ciertas influencias árabes.

   
    A finales del siglo XVI el uso del manto, denominado ya por aquella época mantilla de aletas, se generalizó en toda España al considerarse una prenda más dentro de los trajes populares. Sin embargo, en cada región mantuvo una fisonomía propia, al ajustarse a condicionamientos tanto físicos como sociales. Así, por ejemplo, las mantillas en las tierras más frías tenían por finalidad el abrigo, y utilizaban para la hechura diferentes tipos de paño; sólo algunas se guarnecían con terciopelo, sedas y abalorios, con lo que se le daba una doble utilidad de abrigo y adorno. Por el contrario, en las zonas más cálidas, eran de tejidos suaves y ligeros, configurando una prenda más ornamental y lujosa.

En el siglo XVII empiezan a usarse las mantillas de encaje, como se aprecia en algunos retratos femeninos de Velázquez, formando parte del guardarropa de algunas mujeres elegantes. Sin embargo, su uso no se generalizó a las damas cortesanas y de alta condición social hasta bien entrado el siglo XVIII, pues hasta entonces la mantilla era usada casi exclusivamente por las mujeres del "pueblo". Fue también en este siglo cuando las mantillas de paño y seda fueron sustituidas totalmente por las de encaje.

 

 
  Fue, pues, en el siglo XIX cuando la mantilla adquirió una relevante importancia como tocado distinguido de la mujer española. La reina Isabel II, gran aficionada a los encajes, impulsó en gran manera el uso de la mantilla. Tanto ella como sus damas la lucieron en numerosos actos, como se manifiesta en varios retratos de la reina plasmada por sus pintores con esta singular prenda.
A partir de 1868 el uso de la mantilla se abandonó en algunos lugares. No obstante, en Sevilla y otras ciudades de Andalucía continuó gozando de gran predilección. Algo que también ocurrió en Madrid, donde el empleo de la mantilla estaba tan arraigado a las costumbres que las damas de la nobleza madrileña la convirtieron en símbolo de su descontento durante el reinado de Amadeo de Saboya y su esposa María Victoria. El rechazo hacia ellos y a las costumbres foráneas fue protagonizado por las mujeres, que se manifestaron por las calles madrileñas llevando, en lugar de sombreros, la clásica mantilla y peineta española. Un hecho que pasó a la historia como "la conspiración de las mantillas".    
    En el siglo XX en Andalucía, y en concreto en Sevilla, la mantilla usada como prenda cotidiana para pasear por las tardes se fue desarraigando de las costumbres femeninas. Únicamente en el primer tercio del siglo las mujeres utilizaban para ir a misa pequeñas mantillas, conocidas por toquitas y de media luna. De esta manera, el uso de la mantilla fue quedando relegado a ciertas conmemoraciones y actos, y muy especialmente para la Semana Santa.
En Semana Santa era tradicional que las damas se vistieran de negro luciendo sus mejores galas: en la cabeza peineta de carey sobre la cual se ponían la mantilla negra de encaje, que se lucían acompañando a las procesiones y visitando las iglesias de la ciudad, especialmente el Jueves y Viernes Santo. Hasta mediados de siglo esta tradición se mantuvo fielmente de madres a hijas; en algunas casas sevillanas de un cierto rango social se vestían todas las mujeres de la familia, e incluso tenían siempre en reserva una mantilla por si llegaban invitadas de fuera de la ciudad. Hubo unas décadas en las que esta costumbre pareció decaer, pero actualmente la tradición de vestirse de mantilla en Semana Santa vuelve a tomar auge.

 
  En el siglo XX en Andalucía, y en concreto en Sevilla, la mantilla usada como prenda cotidiana para pasear por las tardes se fue desarraigando de las costumbres femeninas. Únicamente en el primer tercio del siglo las mujeres utilizaban para ir a misa pequeñas mantillas, conocidas por toquitas y de media luna. De esta manera, el uso de la mantilla fue quedando relegado a ciertas conmemoraciones y actos, y muy especialmente para la Semana Santa.
En Semana Santa era tradicional que las damas se vistieran de negro luciendo sus mejores galas: en la cabeza peineta de carey sobre la cual se ponían la mantilla negra de encaje, que se lucían acompañando a las procesiones y visitando las iglesias de la ciudad, especialmente el Jueves y Viernes Santo. Hasta mediados de siglo esta tradición se mantuvo fielmente de madres a hijas; en algunas casas sevillanas de un cierto rango social se vestían todas las mujeres de la familia, e incluso tenían siempre en reserva una mantilla por si llegaban invitadas de fuera de la ciudad. Hubo unas décadas en las que esta costumbre pareció decaer, pero actualmente la tradición de vestirse de mantilla en Semana Santa vuelve a tomar auge.
 
La famosa Feria de Abril de Sevilla, así como la de otros muchos pueblos, era también la oportunidad de muchas mujeres para ponerse la mantilla, aunque en este caso se lucía de encaje blanco. Esta costumbre perduró con fuerza hasta el primer tercio de nuestro siglo. Luego, poco a poco, la mujer se fue despojando de esta prenda tan frágil para tales ambientes festivos, ya que la delicadeza del encaje imponía un cuidado especial que la incomodaba para bailar y divertirse.

También la fiesta nacional de los toros ha estado siempre muy ligada a esta prenda, ya que las mujeres acudían engalanadas con sus mantillas blancas a las plazas de toros. Aunque no es tan frecuente como años atrás, actualmente siguen viéndose los coches de caballos llevando a la plaza grupos de mujeres con sus mantillas blancas de encaje, que lucen con gracia en los palcos.

Tipos de mantillas
El encaje, por su belleza, arraigó pronto en los gustos y modas del siglo XVI, tanto en las masculinas como en las femeninas. Posteriormente, la mujer pasó a ser su principal consumidora, usándolos tanto para ropa de casa, ropa interior, vestimenta y accesorios. Una de las principales aplicaciones del encaje fue la mantilla. De los numerosos tipos de encajes, los más genuinos para las mantillas son los de bolillos, y entre ellos los de Blonda y de Chantilly.

 
El encaje de Blonda se elabora con dos tipos de seda (retorcida y mate para hacer el tul del fondo y brillante y lasa para los dibujos), y se caracteriza por los motivos grandes de tipo floral, especialmente por los bordes con amplias ondas, llamadas puntas de castañuela. Dados sus magníficos contrastes y el peso del mismo, resulta una gran elegancia, adaptándose tanto a la mantilla blanca como a la negra.   El encaje de Chantilly se llama así porque el origen de su fabricación fue en esta pequeña ciudad francesa. Sus diseños son de carácter vegetal, y presentan abundancia de hojas, flores, escudetes y guirnalda. El Chantilly es un encaje más etéreo que la Blonda, y se considera más elegante para la mantilla negra.
    Un tercer tipo de mantillas es el de las bordadas en tul. Aunque vulgarmente a estas mantillas se las califica como de encaje, hay que aclarar que únicamente su fondo de tul se incluiría dentro del encaje, pero no así su ornamentación, ya que los motivos se van bordando a mano imitando los motivos decorativos del Chantilly y la Blonda.


 


 


 

 
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